La costumbre de subrayar la heredé de mi padre; esa huella quedó en todos los libros de la casa. A veces meticuloso con trazos rectos en tinta roja o azul, a veces descuidado con ondulaciones muy torcidas en tinta negra y hasta marcas gruesas con resaltador amarillo. En mis primeros años de lector le propuse subrayar con lápiz, y así fue desde entonces.

La cuestión es que subrayar era para él complementario al ejercicio de lectura. Hoy puedo entenderlo mejor; antes de comenzar una lectura es indispensable que me acompañe un lápiz HB bien afilado, y un borrador miga de pan, porque subrayar es reafirmar la idea compartida, interactuar con la palabra escrita desde la distancia y la mística del lenguaje. Son válidas los reclamos de los bibliotecarios, lectores pulcros que detestan esas marcas tan variadas que hacen del subrayar un acto íntimo en el que dejamos una parte nuestra en el libro.

Mi profesora de lengua castellana en el bachillerato reiteraba: “el libro es suyo, ráyelo, haga con él lo que quiera”. Mi padre lo tomaba muy en serio: en las márgenes estrechas de los libros de poesía escribía versos cortos, o reescribía parte de los versos leídos, “el libro es también un espacio de creación”, decía.

Por eso subrayo como mi padre, pero en lápiz, para que luego otros puedan borrarme y seguir haciendo del libro lo que quieran. He diferido de muchas de las líneas que subrayó mi padre en sus libros, sin embargo esas diferencias subjetivas se han convertido en un puente verdadero con él desde la letra leída. Leer sus libros subrayados es casi como tenerlo detrás de la página como espectador de mi lectura en un lenguaje que trasciende más allá de la conciencia.

Propongo subrayar los libros –y no solo para hallar luego epígrafes– sino como un acto espiritual. Con los libros ajenos o con los de la biblioteca (que “son de todos”), prefiero respetar el derecho legítimo de objetividad de los futuros lectores. Sin embargo, cuando la situación lo amerite, cuando el talento literario lo haga inevitable, retirar lo dicho, dejar la huella y así continuar esta comunicación entre líneas.

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