Por: María del Pilar Sanguino Reyes.

Antes de comenzar, me gustaría aclarar que esta reflexión nace de mi experiencia como mujer, feminista y abogada. Y sí, en ese orden.

Mucho tengo que decir de porque, de un tiempo hacía acá, decidí dejar de usar la palabra “micromachismo” para señalar la violencia machista de menor escala dentro de la sociedad. Y claro, no quiero continuar sin antes reiterar mi aclaración de que cada reflexión acerca de los conceptos que conocemos como feministas, también se moldean y se resignifican desde nuestra vivencia y experiencia propia. Pero, les quiero contar, porque yo no veo violencias micro, pequeñas, delgadas o sutiles y por qué, esas violencias menos escaladas son, en efecto, violencias machistas que sostienen el sistema patriarcal.

En el ejercicio de mi profesión, es muy común escuchar oradoras y oradores que hablan de los “micro” y “macro” machismos dentro de la sociedad, es decir, aquellas violencias contra la mujer que son de menor o mayor expresión. Pero, si estas violencias se encargan de sostener una estructura patriarcal que nos oprime y violenta por el hecho de ser mujeres, ¿en realidad son violencias “micro”? No. Desde mi postura, creo firmemente en que el discurso y el lenguaje le suman o restan poder a las acciones misóginas que se cometen a través de relaciones estereotipadas en contra de las mujeres. Y que comenzar a problematizar estas violencias de menor escala, nos permite comprender cómo desde el imaginario machista más “sutil” o “poco perceptible” se comienza a construir, perpetuar y sostener una serie de comportamientos violentos, que en consecuencia, protegen y avalan las máximas expresiones de violencia machista como lo es el feminicidio.

Pero, ¿por qué si son tan poco notables, son peligrosas? El sistema patriarcal ha perpetuado sus valores androcéntricos y sexistas a través de un cúmulo de estereotipos, roles y acciones que han incurrido en crear imaginarios de poder de los hombres sobre las mujeres. Poder que se encarga de oprimir, discriminar y violentar a las mujeres, pero, como mencionaba con anterioridad, comienza en comportamientos de menor escala los cuales estructuran y conceptualizan las normas sobre las cuales, las mujeres, debemos comportarnos dentro de la sociedad. Estructuración que comienza una vez se replican los estereotipos en razón de nuestro sexo desde que nacemos, e incluso, desde antes de nacer.

Estos estereotipos, que al parecer son “inofensivos”, comienzan a formar la manera en cómo nos relacionamos con nuestro entorno, con el entorno patriarcal, y entonces construyen la visión de cómo nos vemos y cómo nos debe ver la sociedad. Es decir, cómo los estereotipos edifican la maternidad como nuestro principal objetivo y función al ser mujeres, nuestro rol de cuidadoras, amantes, pasivas, subordinadas, infravaloradas, musas sin voz ni voto y mujeres “desviadas” cuando decidimos optar por salir de la hegemonía patriarcal estereotipada sobre nosotras -además de otros que me quedan sin nombrar pues nunca terminaría-. Y entonces, son estos roles y estereotipos, sutiles, los que sostienen las máximas expresiones de violencia machistas, pues una vez somos decretadas como objeto de la sociedad para que se moldee a través de nosotras lo que se desee, nos convertimos en cuerpos instrumentalizados para el placer y el poder masculino, los cuales, cuando se ven “acorralados” por la independencia y libertad de las mujeres, reaccionan de manera violenta, reclamando su poder a través de máximas expresiones de violencia contra la mujer, muchas de ellas tipificadas como delitos dentro de nuestra sociedad, pero que se utilizan para atentar o terminar con la vida de las miles de mujeres que deciden no aceptar el papel que nos es impuesto.

Y entonces, cuando hablamos de violencia contra la mujer, cuando señalamos esta estructura de poder patriarcal que se erige sobre nuestros cuerpos, por muy “micro” que se vea, nunca lo es si nos cuesta la vida de millones de mujeres alrededor del mundo. No existe una violencia pequeña, diminuta o mínima. Existe una violencia que escala lentamente y con el permiso de una sociedad que naturaliza, y en consecuencia, invisibiliza la violencia contra la mujer.

Así que cuando se vuelvan a enfrentar a una violencia en las redes o en su cotidianidad. Cuando decidan señalar aquello que nos oprime y de lo que hay que hablar, no le restemos responsabilidad al patriarcado. Usemos nuestro lenguaje para nombrar y renombrar aquello que siempre ha estado ahí: La violencia patriarcal asesina.

Como les dije en días pasados: Hay que cuestionarse todo. No decoremos ni renombremos aquello que nos violenta. Ataquemos su raíz, esa misma que comienza a forjarse, desde el día en el que nos llaman: Mujer.

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